MIÉRCOLES DE CENIZA.


Las Lecturas de este inicio de Cuaresma suponen una llamada a la conversión y a la penitencia. Así ha comenzado el profeta Joel, pero se trata de una conversión verdadera, no sólo exterior, sino interior, la conversión que significa cambio del corazón, cambio de orientación en el estilo de vida, cambio de mentalidad.
También Pablo nos ha dicho “ahora es el tiempo de la gracia, el día de la salvación” y nos urge a dejarse reconciliar con Dios. Reconciliarse significa reanudar las relaciones rotas, corregir el derrotero de nuestra vida desviada.


El evangelio nos propone un “programa” a tres bandas:

  • Limosna, que significa nuestra apertura al prójimo, sobre todo al más necesitado.
  • Ayuno, entendido como una negación a nosotros mismos, es decir, no dejarnos dominar por esta sociedad de consumo que nos invita a gastar siempre más. Se trata de ejercitar sobre nosotros mismos un cierto control y renuncia que nos hará bien en todos los sentidos.
  • Oración, es decir una mayor apertura a Dios en nuestra vida. Tendemos a olvidarnos de Él. Como reacción: una frecuente participación en la Eucaristía, oración diaria, lectura de la Palabra, examen de conciencia diario, …
    Las tres cosas, limosna, ayuno, oración, no debemos hacerlas para ser vistos y merecer el aplauso de los demás, sino para ponernos claramente en el camino de Dios. Y es que Jesús quiere que sus seguidores busquen una autenticidad total en la vivencia de la relación con Dios y con los demás. Lo que cuenta para Jesús es la actitud del corazón y no las apariencias.
    Hoy empezamos nuestro camino a la Pascua, acompañando a Jesús, que este camino sea serio y eficaz.